Darwin era científico. Y lo era porque lo era, porque algo dentro de él le decía que debía serlo. Su padre quería que fuera pastor anglicano, pero el chico era tozudo. La llamada de lo salvaje, que diría Jack London. Empezó estudiando medicina, aunque tampoco era aquello lo que buscaba. A él le atraían más los invertebrados que los humanos. El silencio de los escarabajos, los saltamontes y hasta de las sanguijuelas le decían más que los lamentos de un señor resfriado. Y no digamos las bellas orquídeas. La biología, la botánica y la geología eran su planeta. Y estaba convencido de que si pasaba el suficiente tiempo hablando con una piedra, ésta acabaría por responderle.
Verne era contador de historias. Y lo era porque lo era, porque algo dentro de él le decía que debía serlo. Su padre quería que fuera abogado, como él, y que heredara su bufete. Y Jules lo intentó de verdad; y también intentó ser agente de Bolsa, de verdad que lo intentó… pero ahí estaba la llamada de lo salvaje. No podía evitar que le motivara más rimar dos palabras que nunca habían coincidido en un verso que una prosaica sentencia en una disputa de lindes. No podía explicar porque le atraían más las tablas de un escenario que el parquet de la Bolsa de París. Es cierto que crujían más, pero seguramente eso era porque estaban intentando decirle algo.
Darwin era un viajero. Durante cinco años recorrió medio mundo a bordo del Beagle, de Plymouth a Tierra de Fuego, cartografiando toda América del Sur. Navegó por Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Uruguay, el estrecho de Magallanes… Y en medio atravesó un océano.
Verne era un viajero. En realidad, lo que es físicamente, viajó poco. Tenía un velerito con el que hizo un par de travesías por el Mediterráneo (decía que un viaje estaba incompleto si no incluía mar), aunque lo más relevante es que hizo escala en Vigo (donde también hizo fondear al Capitán Nemo). Poco más. Pero Verne, a cambio, viajaba con su fantasía. Con ella llegó a la Luna, al Centro de la Tierra, navegó 20.000 leguas bajo el mar, pisó el Polo Sur antes que nadie, atravesó Rusia con un correo para el Zar, sobrevoló en globo el África Austral, dio la vuelta al mundo en 80 días… Con la mente, nunca nadie antes había viajado tanto. Ni hecho viajar tanto.
Darwin, era un observador. Tomaba notas escrupulosamente de todo lo que veía, recogía muestras, observaba los estratos terrestres, medía las corrientes oceánicas… Era un seguidor de la escuela del razonamiento inductivo, por eso todas aquellas observaciones, todos aquellos datos, no se quedaban quietos en su cabeza, sino que poco a poco se iban conectando entre ellos. Poco a poco… Y entonces, lo comprendió todo.
Verne era un observador. Era un curioso de la ciencia de su tiempo. La estudiaba obsesivamente, le maravillaba, y al mismo tiempo le dejaba con ganas de más. ¿Qué vendría después? Hasta que se dió cuenta de que no era necesario que nadie le respondiera a esa pregunta. Porque decidió que sería él quien se la respondería a los demás.
¡Qué gran equipo hubieran formado!
Darwin y Verne eran iguales en muchas cosas. Eran barbudos, inconformistas, pasionales, atrevidos, observadores, geniales y adelantados a su tiempo. Darwin, con su Teoría de la Evolución, llevó la Ciencia al extremo. Y Verne, con sus Viajes Extraordinarios, recogió la ciencia en el extremo donde los científicos la habían dejado y la catapultó hasta el infinito reinventándola en Ficción.
Pero, sobre todo, Darwin y Verne eran complementarios. A través de la ciencia y la observación, Darwin supo explicar el mundo como era. Y a través de la imaginación, Verne anticipó el mundo como podría ser. Y esa dualidad complementaria que representan Darwin y Verne está presente en todo lo que nos rodea. En todo hay Darwin, en todo hay Verne. En las personas, en los negocios, en las marcas, en la comunicación. La razón se complementa – y se completa-, con la emoción; los datos, con la experimentación; la evolución, con la revolución; la tecnología, con la intuición; la ciencia, con la ficción; entender, con imaginar…
Para nosotros ser Darwin y Verne no es solo un nombre, es una filosofía, una forma de ser, una manera de trabajar y de mirar al mundo que nos rodea. Es como somos. Somos muy de Darwin. Y muy de Verne. Por eso nos llamamos así, y por eso hoy, nosotros – como ellos y con ellos-, nos embarcamos juntos en un viaje hacia una aventura extraordinaria.