Siempre he pensado que las redes sociales nos acercan a los que tenemos lejos y nos alejan de quienes tenemos más cerca. Nos permitían mantener contacto continuo de amigos y familiares en diferentes lugares del mundo, o inspirarnos con talento en cualquier parte del planeta, al tiempo que saboteaban el contacto y las conversaciones con nuestra pareja, nuestra familia o nuestros amigos cercanos. Quién no ha visto esos grupos de amigos adolescentes un sábado por la tarde reunidos en el parque, en silencio, cada uno inmerso en su teléfono móvil.
Ahora, con la muerte de las sociales como las entendíamos para dar paso a las redes virales, como explica muy bien Carlos Molina en Multiversial, perdemos el hilo del contenido de nuestros amigos y personas cercanas, y es un algoritmo quien decide lo que es más probable que nos guste. En los muros de las redes sociales es cada vez más difícil ver el contenido de nuestros amigos. Ese libre albedrío auténtico con el que navegábamos por las redes sociales se apaga sutilmente ante el empuje de los algoritmos. De alguna manera sufrimos ese leve empujón del que hablan Cass Sunstein y el Premio Nobel de Economía Richard Thaler en ‘Nudge’. Aplicando el concepto a las redes sociales, las plataformas, con su ‘paternalismo libertario’, se convierten en arquitectos de nuestras decisiones (‘choice architects’), aunque no seamos plenamente conscientes.
Leo con asombro la lista de los 5 videos más vistos en 2022 en TikTok, la red social de mayor éxito actualmente, y no doy crédito: el video más visto es el del año es el del pastelero fránces Amaury Guichon preparando una jirafa de chocolate. Tiene más de 309 millones de vistas (sí, 309 millones; un 4% de la población mundial) y 23 millones de likes. El segundo video más visto es el de una ardilla que come nueces y llena sus mofletes con semillas. Tiene más de 200 millones de reproducciones y 35 millones de likes. Y el tercero es Rosalía masticando chicle mientras suena la canción ‘Bizcochito’. 159 millones de vistas y 17 millones de ‘me gusta’. Así pasa el tiempo la Humanidad hoy en día.
Yo mismo me sorprendo a veces con mi propio comportamiento. Me voy a la cama con la intención de leer un rato el último libro de Maggie O’Farrell, por decir algo, pero antes, echo un último vistazo rápido al móvil y repaso mis redes sociales. Media hora después me doy cuenta de que he perdido media hora de mi vida en tonterías, que estoy demasiado cansado para leer, y me duermo. Nadie puede decir que yo no he tomado mis propias decisiones, y, aun así, tampoco se puede negar la intención de las plataformas de retenerme ofreciéndome contenidos que me interesa, y generando inventario publicitario en el proceso.
¿A dónde nos lleva todo esto? ¿Necesita la Humanidad que veamos más ardillas comiendo nueces, más jirafas de chocolate y más cantantes mascando chicles, o más atención hacia autoras como Maggie O’Farrell? ¿Nos estamos anestesiando culturalmente, o nos estamos enriqueciendo por acceder a más referencias artísticas y visuales que nunca en la Historia?No puedo ser hipócrita. Yo mismo me he beneficiado profesionalmente de las redes cuando fundé con otros compañeros de viaje Social Noise, una agencia especialista en ayudar a las marcas a conectar con sus audiencias en estos entornos (hoy en día integrada en la consultora creativa de marca Darwin & Verne). Pero era otra época. Ahora mismo ya no sé qué pensar. ¿No podría reconducirse toda esa inteligencia para el beneficio intelectual de la sociedad? ¿No podría aplicarse ese paternalismo libertario de ‘Nudge’ para culturizarnos? ¿O es esto una utopía de alguien muy ingenuo como yo, que no usa TikTok?