Un artículo de Carlos Sanz de Andino escrito originalmente para la revista Anuncios

No sabía quién era Ernest Shackleton -como la mayoría de nosotros- hasta que Pablo le puso su nombre a su agencia. Luego aprendí que había sido un aventurero intrépido, un pionero de la exploración antártica y un capitán tozudo que se hizo gigante en la adversidad, asociando para siempre su liderazgo al espíritu de superación. Eso explicaba muchas cosas.

Habíamos trabajado juntos hasta poco antes. Fueron años increíbles que merecen su propia historia. Pablo integró Contrapunto, CP Proximity, CP Interactive y CP Data, pero la multinacional acabó recelando de que hubiera un grupo dentro del grupo y le puso en la tesitura de disolverlo y que cada compañía siguiera su camino, o marcharse. No lo dudó. Si no podía construir la agencia en la que creía en la calle Cardenal Marcelo Spínola, la levantaría en alguna otra parte.

Fue una decisión sorprendente, pero sobre todo audaz. Luego, acompañado de su segundo de a bordo, Juan, fue de taberna en taberna enrolando una tripulación extraordinaria. A lo largo de los años, dieciocho, el barco se pobló de marinos comprometidos, muchos de ellos también amigos: Alfonso, Álex, el otro Juan, Enric, Suso, Rodrigo, Marta, Ángel, Nacho, Lucía… Y tantos más que pasaron por su cubierta – o siguen en ella- en una singladura que dibujó el derrotero para muchos que vinieron después. No siempre fue fácil, y la travesía tuvo olas y tormentas, pero el tesoro fue un baúl repleto de trabajos brillantes, diferentes a los que la publicidad española estaba acostumbrada: Referéndum plus, Kelifinders, i-Jam… y pueblos, monumentos o museos reciclables.
Desde fuera, con admiración, los llamábamos ‘shackletonadas’ y nos abrieron nuevas rutas de pensamiento. Hoy, esta forma de pensar está en todas las agencias, pero lo cierto es que hubo una que llegó antes. Esa agencia se llama – se llamaba- Shackleton. ¿Importa el nombre? Yo diría que importa la historia, importa la cultura e importa el relato. Uno siempre se enamora de los relatos. Eso son las marcas, ¿no?

Accenture ha comprado prestigiosas agencias y las ha renombrado como Accenture Song (menos a Droga5). La cuestión es que, de momento, es solo un naming, no una marca. La marca es Accenture, y sin duda está cargada de valores, aunque la creatividad no es uno de ellos. Estoy convencido de que tienen un plan, y que los próximos años veremos grandes creatividades con su firma. Les sobra fuerza, potencia y equipo. Aunque aún se tienen que ganar el alma.

El navío de Sir Ernest se llamaba Endurance -resistencia- y nunca hubiera pasado a la historia si no hubiera encallado en el hielo. La adversidad puso a prueba el carácter del comandante y su tripulación, y vencerla les convirtió en leyenda. Hoy, en Accenture Song queda un gran equipo con mucho talento, alguno de los cuales tengo la suerte de llamar amigo. Y estoy convencido de que Lucía será, porque ya lo es, una gran capitana. Les deseo la mejor de las suertes, porque les admiro y porque se la merecen.

Pero el hombre que inventó la agencia se ha ido junto a la marca que él le puso. En realidad, más que un nombre era una filosofía, y quizá ambas cosas fueran inseparables. Accenture Song será una gran agencia, pero no será la misma agencia. Habrá quien asocie la decisión de Pablo a que completada la venta era el momento de disfrutar lo ganado. Pero, después de treinta años de haber compartido sudores y milagros en aquel Contrapunto, de conocerle en una decisión similar, y de ser testigo sentimental de la trayectoria de Shackleton, puedo asegurar que eso es no conocer a la persona.

Le he tomado prestado el título de este artículo a Oscar Wilde, aunque el original es The importance of Being Earnest. En inglés tiene doble sentido: La importancia de llamarse Ernesto y La importancia de ser honesto. Ese subtexto es la clave. No era el nombre, era ser honesto con uno mismo y con una forma de entender la vida. Y, al final del día, eso es lo que de verdad es importante.

 

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